lunes, 14 de diciembre de 2009

Las montañas de la luna. En busca de las fuentes del Nilo.

En esta lectura podemos conocer la importancia de los conocimientos geográficos en un momento histórico determinado (mediados del siglo XIX), la forma de obtenerlos, a quién se dirigen estos saberes y una manera de difundirlos.
Nos ofrece una visión muy clara de todas las peripecias y obstáculos a los que se debían enfrentar los exploradores marineros del siglo XIX.
Es muy difícil pormenorizar todos y cada uno de los nombres de personas y lugares que se mencionan en ella, pero la historia gira en torno de una expedición en el este de África, en la primera mitad del siglo.
En 1849 Sir Charles Malcolm, Superintendente de la Armada India y William John Hamilton, Presidente de la Real Sociedad Geográfica de Gran Bretaña hacen una solicitud para explorar los recursos productivos de Somalia, en el Este de África.
El Dr. Carter de Bombay accede a dirigir la expedición, pero solo atravesando parte de África oriental (las montañas marítimas de Somalia) pues pretendía comparar la geología y la botánica de Somalia con las de Arabia.
La lectura menciona cómo gracias a la valentía de los exploradores se pasó del horror de la navegación a la confianza inspirada por los excelentes reconocimientos. En esa época se terminaron los mapas del Golfo del Mar Rojo y adquirió gran renombre la Ciencia Naval India. Para elaborar los mapas ya se realizaban operaciones trigonométricas. Muchos lugares fueron explorados y cartografiados; otros delineados a gran escala y se limitaron sus contornos.
En 1851 muere Charles Malcolm, quien de 1828 a 1838 fue un gran impulsor y promotor de expediciones de descubrimiento geográfico.
Lo sucede Sir Robert Oliver, que era un “viejo oficial a la vieja escuela”, estricto, servidor fiel, pero violento, cargado de limitaciones y prejuicios. Sentía desdén por la ciencia.
El contraste entre las gestiones de Malcolm y Oliver fue evidente; aquélla brillante y célebre, impulsora de grandeza; ésta negligente, rutinaria, falta de iniciativa.
En 1851 se retoman los trámites para llevar a cabo la exploración de África Oriental.
En 1854 se envía otra solicitud al Cuerpo Directivo.
William Stroyan se une a la exploración, así como el teniente J. H. Speke.
En octubre de 1854 recibieron autorización para partir de Adén.
Pero la sociedad de Adén puso mil inconvenientes a semejante expedición argumentando que era en extremo peligrosa, por lo que el teniente recibió la orden de trasladarse a Berbera, donde no se preveía el menor peligro.
Tanto el teniente Herne como Stroyan vivieron en la costa africana de noviembre a abril informándose sobre el comercio, rutas caravaneras, tráfico de esclavos, visitando montañas próximas al litoral, haciendo dibujos y observaciones metereológicas.
El teniente Speke partió el 23 de octubre de 1854 y volvió a Adén tres meses más tarde.
El autor del texto describe el extenso país somalí; aunque parcialmente desértico y poco habitado, posee valiosos artículos de comercio y sus puertos exportan productos de los guruague, abisinios, galla y otras razas de tierra adentro. Asimismo, describe las relaciones entre Gran Bretaña y los Somalíes.
El 16 de enero la expedición se puso en marcha. Dos días después llegaron a Kajjanjieri. Allí, el autor enfermó y fue necesario persuadir a 4 individuos para que lo transportaran en hamaca, ya que presentaba una dolencia y una especie de parálisis.
El 21 de enero llegaron a Sagoai, en otro tiempo provincia principal de la Tierra de la Luna, y una de las divisiones más importantes y civilizadas de la región. Sus habitantes son gentes de hermosa raza que tienen sobre sus vecinos una notoria superioridad.
El 31 de enero después de haber pasado la noche en Rucunda, llegaron a la llanura de Malagarazi. Allí tuvieron que convencer con regalos a Mzoguera, dueño y señor del río. Al día siguiente se les permitió acampar en Guapa. Finalmente, el 4 de febrero llegaron a la orilla derecha del río en el distrito de Mpeté.
Es allí donde se encuentra la comarca cuyo nombre da lugar al título de esta lectura. Es un lugar de apacible belleza y de gran riqueza y abundancia. La Tierra de la Luna está repartida entre una multitud de jefes ínfimos con poder hereditario y derecho de vida y muerte sobre sus súbditos.
Aparte de los productos de sus dominios privados, los jefes sacan recursos de los presentes que les hacen los viajeros, por lo que éstos deben proveer, cuando hacen una exploración, con cargar telas, tabaco, algodón, etc., para pagar una especie de “derecho de tránsito” por la región.
El distrito de Mpeté se encuentra en la orilla derecha del río Malagarazi. El día 8 de febrero pasaron un afluente del río, el Rusugi, después el Ruñón y el Urungué. Por último el día 13 llegaron a una foresta sumamente bella. El guía comenzó a correr a lo alto de una montaña. Al llegar a la cima, se encontraron con una escena que los hizo caer en una especie de éxtasis; el lago Tanganica, apaciblemente recostado en el seno de las montañas, calentando sus aguas bajo el influjo de los ardientes rayos del sol de los trópicos.
Veían a sus pies desfiladeros y barrancos de aspecto salvaje y a lo lejos el lago extendiendo sus aguas azuladas por una superficie mayor de cincuenta kilómetros que el ligero viento llenaba de blancos copos de espuma.
Aquélla visión fue un verdadero delirio para su alma y un vértigo para sus ojos que los hizo olvidar absolutamente todo: peligros, fatigas, enfermedades e incertidumbre del regreso, habiendo incluso aceptado el doble de males que hasta allí habían tenido que sufrir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario